Ensayo de una obra de teatro en un escenario, con cortinas rojas

Reseña de la obra “El juego que todos jugamos”

La obra de teatro “El juego que todos jugamos” hace más de 25 años que está en cartelera y llega de la mano de Ernesto Medela

Cuando uno va a ver una obra de teatro, lo primero que se le pasa por la cabeza es esa representación, traída por los griegos a la vida, de una historia dramática. Uno piensa, cómodamente: un principio, donde nos presentan a los personajes; un nudo, donde se plantea el problema; y un final, dónde todo se resuelve. Y punto. Terminó. 

Claro, también visualizamos en nuestra mente los elaborados disfraces, la escenografía, las miradas de los actores barriendo a la multitud expectante pero sin realmente “mirar” a nadie. En fin, teatro. 

¿Qué es esto, entonces, que nos plantea Ernesto Medela en “el juego que todos jugamos”? ¿Cuál es el juego que, efectivamente, jugamos todos y cada uno de nosotros? ¿Por qué jugamos? ¿Qué es, al fin y al cabo, jugar?  

Estas son las preguntas que nos acucian cuando nos presentan esta idea, tan distinta a lo demás: sin disfraces, solo remeras blancas y negras; sin escenografía, solo pequeños cubos; sin ignorar al público que los mira; pero sobre todo, sin trama.

Te contamos mejor. No es que no haya una historia durante la presentación, porque si no, lógicamente, no estaríamos allí.  La “trama” es, en realidad, tan amplia como la obra misma. No sigue una linealidad narrativa, aunque no lo necesita como para llamar la atención. Los actores se presentan al público, hablan, los obligan a interactuar con el ambiente. A pensar. Una serie de situaciones cortas y a un ritmo dinámico se desarrollan en el escenario. 

Escenario con gente sentada en el público
Los actores se presentan al público, hablan, les hacen interactuar con el ambiente | Getty Images

Con solo chasquear los dedos, los actores mantienen expectante al observador, que aunque no entiende mucho, lo entiende absolutamente todo.  Porque las escenas tocan las fibras más sensibles de todos nosotros. Nuestra naturaleza, las cosas cotidianas que nos aterrorizan y nos seducen a la vez.

Como se expresa, la única solución al aburrimiento (que es, al parecer, la razón por la cual los actores cambian tan rápidamente de situación) es jugar. Y vivimos jugando, sin parar, a las reglas que nosotros mismos nos establecimos.

La obra está plagada de conceptos teóricos de psicología, sociología y otras ciencias que (como bien anuncian sus representantes al comienzo) están seguidos al pie de la letra. Todos rodeando al ser humano y sus ideas, sus deseos que nunca se cumplen, sus decepciones, sus partes más oscuras y sobre todo, sus maravillas.

Uno sale, después de una hora y media, asombrado de todo lo que se ha logrado abordar en un período tan corto de tiempo. Y para eso hay que darle mérito a los actores, que desarrollan perfectamente la idea de Medela: todos ellos, en conjunto, presentan una química que se transforma paso a paso, pero que logran mantener hasta el punto final.

Una obra esperable del gran Alejandro Jodorowsky, quién es conocido por elegir saltarse esas reglas que tenemos tan incorporadas dentro nuestro.  Enérgica, refrescante, desconcertante tanto como desafiante, mantiene el hilo hasta el último minuto. Tal vez no sea teatro griego, pero indudablemente, da mucho de lo que reflexionar.